La rentabilidad de los bonos soberanos de la
práctica totalidad de los países desarrollados se sitúa en niveles mínimos, pese
al persistente aumento de los niveles de deuda pública. En el
caso español, la rentabilidad ofrecida por el bono a 10 años
apenas está en el 3,7%, o el bono a cinco años ofrece un retorno de apenas el
2,2%.
Los tipos de bonos recogen, entre otras cosas, además de la capacidad de
repago de la deuda, las expectativas de inflación de la
economía. Tipos tan reducidos como los actuales reflejan una ausencia total de
temores a un repunte significativo de la inflación en un horizonte considerable
de tiempo.
La inflación, a través del IPC (Índice de Precios al
Consumo), pretende medir la evolución del conjunto de precios de los
bienes y servicios que consumen las familias españolas. La tasa de inflación no
recoge la evolución de precios de activos como la vivienda o
los mercados financieros. Puede coexistir una subida constante
(inflación) del precio de los activos, con un IPC cercano a
cero o negativo. Pese a sus limitaciones como reflejo de la evolución de precios
del conjunto de una economía, mantener controlada la tasa de
inflación en niveles cercanos, pero por debajo del 2%, es el objetivo primordial
del Banco Central Europeo.
Evolución de la inflación
española
Desde el inicio de la crisis financiera, el gran
temor de los bancos centrales ha sido la deflación, es decir,
una caída generalizada y permanente de precios. La experiencia de la deflación
japonesa, que ha durado cerca de dos décadas, ha estado asociada a un prolongado
estancamiento económico. Se entiende que la existencia de un
cierto nivel de inflación, cercano pero inferior al 2%, es adecuado y compatible
con un sano crecimiento económico.
La caída de generalizada de precios no
es necesariamente mala: depende de las causas que la provoquen. La reducción de
precios se puede deber a una escasa demanda, a un exceso de
oferta o un incremento de la productividad. Un ejemplo de deflación de precios
"sana" lo encontramos en cualquier tipo de artilugio tecnológico. El precio de
un ordenador o de una televisión de última generación es hoy sensiblemente
inferior al de hace un par de años, incluso con un incremento considerable de
las prestaciones del aparato en cuestión.
Tras la crisis de 1929, EE.UU.
padeció un proceso de deflación debido a una caída generalizada de la demanda,
como consecuencia de elevadas tasas de paro. Entonces la
Reserva Federal tampoco ayudó a su superar dicha situación al
subir los tipos de interés. En esta ocasión, primero la FED y luego el resto de
grandes bancos centrales, han reducido al mínimo los
tipos de interés y han inyectado cantidades ingentes de dinero
para intentar reactivar la demanda.
La enorme cantidad de liquidez
inyectada por los bancos centrales no se ha traducido en un fuerte crecimiento
económico, ni en un mayor nivel de inflación. De momento, los principales
beneficiados han sido los tenedores de activos financieros, que
han visto aumentar el precio de sus activos.
Los actuales niveles de los
tipos de interés de los bonos descuentan un largo periodo de bajo crecimiento y
baja inflación. De momento los índices de precios en Europa se
encuentran en niveles bajos, por debajo del 1%, pero todavía en positivo. Si los
temores deflacionistas arreciaran, los tipos de los bonos seguirían cayendo. Por
el contrario, si de verdad estamos ante siete años de crecimiento económico,
como pronosticaba recientemente la directora gerente del FMI,
las tensiones inflacionistas acabarán por aparecer y, como consecuencia, los
tipos de los bonos subirán.
Director General de Renta 4 Banco
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