Hasta hace pocos meses, en medio de la nueva "gran moderación" conseguida por
los Bancos Centrales mediante las inyecciones masivas de dinero
y el entorno de tipos cero, lo único que importaba a los inversores era la
evolución de las economías desarrolladas. Lo que seguían los
inversores y los mercados era el desempleo o los ISM
norteamericanos, las primas de riesgo o los
déficits públicos de los países periféricos europeos, y la
eventual salida de Japón de su persistente
deflación.
Lo que pasase o dejase de pasar en las
economías emergentes era poco relevante para la opinión
dominante, muy alcista, cuyo "caso optimista" se basaba en el crecimiento
económico de EEUU, el éxito de la "abenomics" en Japón , y la expectativa de que
el BCE haga expansión monetaria cuantitativa (QE) en la zona
euro. En ese "caso optimista" no se contemplaba la posibilidad de que las
economías emergentes pudiesen perturbar la nueva estabilidad lograda por los
Bancos Centrales.
Todo esto ha cambiado en las dos últimas semanas, en
las que los emergentes han pasado al primer plano de las preocupaciones de los
mercados. Ya el pasado mayo, con motivo del anuncio de la Fed
de una gradual reducción de las inyecciones de
liquidez, se encendieron algunas luces rojas sobre los emergentes,
sobre todo los llamados BRIITS (Brasil, Rusia, India,
Indonesia, Turquía, Sudáfrica), y se volvieron a encender en agosto, pero la Fed
calmó los ánimos en septiembre al prometer que dilataría el
tapering. Sorprendentemente, ni siquiera la decisión del 18 de
diciembre pasado de la Fed de iniciar la reducción de las inyecciones de dinero
alteró la euforia de unos mercados instalados a fin del año pasado en la euforia
y en la complacencia más absoluta.
Por eso es llamativo que haya sido
Argentina, una economía cuyos problemas poco tienen que ver con
los del conjunto de los emergentes, ya que son problemas muy particulares
derivados de muchos años de decisiones erróneas, el catalizador que ha provocado
la ruptura de ese escenario extremadamente optimista. La pregunta, por ello, es
si estamos solo ante una crisis de emergentes o hay algo más profundo.
Es
obligatorio conectar las actuales turbulencias de algunas economías emergentes y
su impacto en las Bolsas con los efectos de la QE. Una parte de la QE fue a
parar a las economías emergentes, generando desequilibrios en forma de subidas
de costes y de inflamiento artificial del valor de sus activos. Como decíamos
la semana pasada, al recortarse ahora la QE, aunque sea de forma
muy gradual, se ponen de manifiesto esos desequilibrios, y se crea un círculo
vicioso de desconfianza, que amplifica la salida de capitales y agrava las
turbulencias.
Lo interesante de este análisis es que podemos extrapolarlo
a las economías desarrolladas. La abundancia de liquidez genera siempre
desequilibrios, como comentábamos hace tres meses en nuestro artículo " ¿Es malo el
exceso de liquidez?", y esto es algo de lo que tenemos experiencia reciente
en España. Justamente ese es el mayor problema de la QE, el problema que acaba
siendo un obstáculo para el crecimiento, ya que el dinero que se inyecta al
mercado con la mejor intención del mundo, la de reactivar la economía, lo que
realmente hace es distorsionar los mecanismos de mercado lo que lleva a que se
utilice mal esa liquidez abundante y barata. El resultado final es que para que
vuelva el crecimiento antes hay que limpiar los excesos y hacer reformas de
fondo.
Si revisamos los tres pilares básicos de la tesis alcista
(crecimiento en EEUU, abenomics en Japón y nueva expansión monetaria por el BCE)
vemos que el común denominador de los tres es la confianza de
los inversores en que la acción de los Bancos Centrales tendrá
éxito y reactivará la economía, lo cual a la vez permitirá pagar las deudas
acumuladas. Pero la única de las tres grandes economías desarrolladas que de
verdad lo ha hecho, aunque no sea de forma completa, limpieza de balances y
reformas importantes, incluida la energética, ha sido la norteamericana. Por eso
en EEUU tal vez podríamos pensar en un beautiful deleverage tal y como
pronostica Ray Dalio.
Pero es muy atrevido pensar en el éxito de la
expansión monetaria en un Japón que se niega a liberalizar y reformar su rígida
economía, abriéndola de verdad a la competencia global, y es también difícil
pensar que Draghi podrá resolver los profundos problemas de una
zona euro asimétrica e incapaz de reformar su inservible diseño institucional, y
que, según supimos el viernes pasado mantiene el 12% de paro y se acerca a la
deflación al haber tenido solo un 0,7% de inflación en 2013.
En
definitiva es complicado pensar que el crecimiento derive solo de la expansión
monetaria y esto es tal vez lo que subyace en estos primeros síntomas del final
de la historia de amor (love story) de los inversores con los Bancos Centrales.
Los inversores han confiado ciegamente en los banqueros centrales y en su modelo
del "whatever it takes" formulado en Londres por Draghi en julio de 2012, bajo
la promesa de que la acción de los Bancos Centrales sería suficiente (believe me
, it will be enough). Y siguen confiando, pero ya no ven tan claro que llegue el
crecimiento. Las dudas de momento se centran en las economías emergentes, que es
donde se manifiestan ahora los efectos laterales de la QE, pero no podemos
descartar que en unos meses afloren también efectos laterales en las economías
desarrolladas, y eso serán ya palabras mayores. En cierto modo, nos recuerda a
lo que ha pasado en la zona euro. Primero afloraron los problemas de
Grecia, que era el caso extremo, pero luego se vio que esos
mismos problemas, con intensidades diferentes, afectaban a más países.
La
inquietud principal es el crecimiento, y por eso vemos que los tipos de
interés del bund alemán y del T bond
americano han vuelto a bajar, situándose respectivamente en el 1,66% y
en el 2,64% al cierre del pasado viernes. La sombra de la deflación, sin duda,
sigue pesando, y pesará más si las devaluaciones de las divisas emergentes
continúan, lo cual exporta deflación, y mucho más aún si la famosa QQE
de Japón se traduce finalmente en un desplome del yen que también
exportará deflación al resto de las economías desarrolladas, con claro impacto
en Alemania.
En definitiva, como decíamos la semana pasada, asoma el
escenario alternativo, la otra cara de la QE, aunque de momento solo bajo la
forma de crisis de emergentes.
Tras un enero que supone para las grandes
Bolsas el peor inicio de año desde el 2010, y que ha finalizado con pérdidas
acumuladas de más del 5% para el Dow Jones, del 3,5% para el
S&P, de un 2,5% para el Dax y del 8,45%
para el Nikkei, lo normal sería, a corto plazo, una cierta
estabilización de los mercados financieros, pero no podemos descartar un
deterioro adicional, una vez que los inversores han vuelto a considerar los
riesgos.
La fuerte subida del dólar la semana pasada no
solo responde a la segunda reducción de las inyecciones mensuales decidida por
la FED el pasado miércoles, sino que es también un indicador de que hay más
inquietud, más sensibilidad al riesgo (risk off ). El dólar actúa como refugio,
igual que el oro, que también ha subido en enero.
Esta semana tenemos ISM
de manufacturas y servicios en EEUU (tras haber conocido el pasado sábado el de
China ligeramente superior a 50 en enero) y también algunos resultados
empresariales por publicar, como los de UBS, Credit
Suisse, Phillip Morris o Bankia,
entre otros.
La creciente volatilidad y la situación
técnica de algunos índices, como el Dax o el S&P, y la extensión de las
turbulencias a nuevos países, como los de Europa del este, invitan a pensar en
una corrección adicional en febrero, salvo que los datos económicos o
empresariales sean muy buenos o salvo que el BCE o el
Banco de Inglaterra, que se reúnen este jueves, sean capaces en
sus comunicados de infundir nuevamente confianza a unos inversores que ya no son
tan complacientes.
Presidente de Renta 4 Banco
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